lunes, 27 de enero de 2014

Arte: Plazas cívicas

 
Por Fabio Grementieri
De las tres "plazas cívicas" de Buenos Aires, la de Mayo, la plaza Lavalle y la del Congreso, esta última ha sido la más rezagada en materia de preservación y puesta en valor. Por suerte esto viene cambiando últimamente con la restauración de distintos edificios y monumentos. Tal el caso del Teatro Liceo, de la Biblioteca del Congreso (instalada en el reciclado edificio de la ex Caja Nacional de Ahorro Postal) y del Cine Gaumont (salas del Incaa) donde las intervenciones han rescatado y puesto en valor piezas del patrimonio porteño de diversas épocas. En contraste con esto, causa estupor e indignación que no se encuentre alternativa para salvar a la Confitería del Molino, aunque estimula la esperanza de salvación de este monumento nacional de art nouveau la prosecución de los impulsos preservacionistas en el área. Es muy alentador el plan de obras de restauración y "saneamiento" del Palacio del Congreso Nacional y particularmente los trabajos terminados, pero aún no inaugurados, en la antigua sede del Instituto Biológico Argentino que fue completamente reciclado y restaurado por el Gobierno Nacional para albergar la sede de la Auditoría General de la Nación. El denominado "Palacio Biol" es una valiosa pieza del patrimonio de la ciudad y del país por el sitio en que está emplazada, por su historia y significado cultural, por su arquitectura y decoración. Conforma con otros edificios monumentales del área (el Parlamento Nacional, la Confitería del Molino, La Inmobiliaria, el Pasaje Barolo y el ex Hotel Majestic) un conjunto único que refleja la evolución de la cultura arquitectónica italiana en la Argentina por tres décadas.
El Palacio Biol fue inaugurado en 1927 como sede porteña del Instituto Biológico Argentino, precursora institución creada por el italiano Silvio Dessy que tenía su planta productiva en Florencio Varela y exportaba productos a diversos países. Fue diseñado por el arquitecto italiano Atilio Locati que, entre otras obras, realizó diversos pabellones provinciales en la Exposición del Centenario en Palermo y el Teatro Juan de Vera en la ciudad de Corrientes. En la construcción, hecha por la prestigiosa firma Geope, no se escatimaron recursos. Un edificio institucional como éste necesitaba de una imagen "corporativa" que entonces se confiaba no sólo al arquitecto diseñador sino también a artistas que pudieran resaltar las cualidades de la empresa y que embellecieran fachadas e interiores. En esa tarea acompañaron al arquitecto Locati los pintores Nazareno Orlandi y Salvino Tofanari, dos nombres importantes dentro de la tradición academicista peninsular. Aquí se puso en práctica por última vez en la Argentina la gran tradición italiana del arte de construir, que incluyó preciosos trabajos de notables artesanos vitralistas, estucadores, carpinteros, herreros y marmoleros que engalanaron todo el edificio.
Como buen exponente de la cultura arquitectónica de Buenos Aires de la época, también en su faz técnica el edificio del Instituto Biológico Argentino era un crisol de influencias con sus ascensores provistos por la firma estadounidense Otis, la instalación eléctrica a cargo de la empresa alemana Siemens o las bombas de aguas y desagües instaladas por la compañía sueca API. Se buscaba combinar tradición y modernidad en una actitud característica del historicismo y el eclecticismo arquitectónicos. Es así como surgió un "palacio vertical" que busca recrear la "atmósfera" veneciana tanto en interiores como en exteriores. Dentro del edificio, en los pisos inferiores, la interrelación entre los espacios, superficies y volúmenes primorosamente decorados fue resuelta de manera sutil y refinada apelando a armonías, pero también a contrastes, entre colores, texturas, brillos y grafismos. La composición de las secuencias espaciales de la planta baja y el primer piso del edificio es un verdadero "crescendo" signado por grandes portones de hierro ornamental, techos pintados con alegorías, gran escalera central de mármol, vitrales en ventanas y claraboyas e imponentes revestimientos y pisos de mármol polícromo o madera tallada.
En los exteriores "lo veneciano" aparece como un sofisticado ejercicio de recreación urbana -en plena Buenos Aires- del centro neurálgico de la ciudad de los canales. Los edificios monumentales construidos alrededor de la Plaza del Congreso son recalificados en su interacción con la fachada del Instituto Biológico Argentino -directamente inspirada en laTorre dei Mori o Torre dell' Orologio, con su esfera y sus autómatas- para emular uno de los grandes "santuarios" del arte y la historia de Italia: la Plaza San Marcos de Venecia. Así, la mole del Palacio del Congreso Nacional parafrasea a la Basílica de San Marcos, y la Confitería del Molino y su torre, al Campanile de esa célebre ciudad italiana. El cuadro urbano se completa con las esculturas que ornan cada uno de los edificios: personajes alegóricos, caballos, cuadrigas y un sinfín de elementos ornamentales que, como en el caso italiano, ostentan diversas texturas y policromías. Esta singular composición es como el "grand finale " de la ópera de la influencia italiana en la arquitectura de Buenos Aires que hacía más de una década se venía representando con las triunfales arias de la Galería Güemes, la Confitería del Molino y el Pasaje Barolo, los coros sinfónicos de las casas de renta de Virginio Colombo y la actuación de divos y maestros como Francesco Gianotti o Mario Palanti.
El ciclo del edificio como sede del Instituto Biológico Argentino se cerró en 1948, cuando fue expropiado por el gobierno para instalar el Instituto Nacional de Previsión Social y donde aparentemente instaló uno de sus despachos Eva Perón. En la década de 1990 pasó a manos de la Anses y posteriormente a la DGI, al mismo tiempo que sufrió remodelaciones y falta de mantenimiento que lo degradaron y afectaron su integridad. En el año 2003 la Auditoría General de la Nación lo selecciona para transformarlo en su nueva sede y realiza un ejemplar proyecto integral de renovación, restauración y puesta en valor que ejecuta conjuntamente con la Dirección General de Arquitectura del Ministerio de Planificación. Con las obras culminadas, resta la decisión oficial de mudar el organismo al sitio y así reabrir las puertas del Palacio Biol no sólo a la administración pública sino también a todo los visitantes nacionales y extranjeros de este gran conjunto patrimonial de la Argentina.
Es en la Argentina donde mayores frutos dio la cultura arquitectónica italiana de ultramar. Consecuencia directa de la inmigración, esta influencia se vio potenciada por la presencia de innumerables arquitectos, ingenieros, constructores, albañiles, así como también artistas y artesanos extremadamente diestros en el "arte de construir". La manera italiana de hacer arquitectura tuvo gran recepción y plagó de obras el territorio nacional, muchas de ellas de gran calidad y varias de gran singularidad.
Este aporte se transformó en un patrimonio monumental que la propia Italia finalmente descubrió hace un par de décadas. Desde entonces ha colaborado con la Argentina en acciones concretas de preservación como fueron las misiones técnicas del Istituto Centrale per il Restauro de Roma, que trabajaron con especialistas argentinos en el anteproyecto de conservación del Teatro Colón a fines de la década de 1990, o en los diagnósticos y pruebas piloto para la restauración de la fachada y las pinturas de los salones del Palacio Biol años atrás.
Hoy más que nunca es necesario que tanto desde el Gobierno italiano como desde la colectividades italianas en la Argentina se renueve este impulso preservacionista con acciones concretas y específicas como el rescate, la reubicación y la puesta en valor del Monumento de los Italianos para el Centenario -la mediáticamente denominada "Estatua de Colón"- o la revalorización y recuperación de los estupendos edificios de las sociedades italianas en todo el país, monumentos únicos en su tipo que no tienen equivalente en otros países, ni siquiera en la propia Italia.
Se ha dicho muchas veces, aunque no está de más insistir en este punto, que el patrimonio arquitectónico es un recurso no renovable, un insustituible y prodigioso imán para el turismo receptivo. Prueba de ello es que las encuestas realizadas por áreas de Turismo del Gobierno de la Ciudad ubican el singular collage de influencias que es la arquitectura de Buenos Aires a la cabeza de los intereses de quienes nos visitan.
(El autor es arquitecto, especializado en patrimonio. Fue distinguido por la Universidad de Notre Dame por su acción pública y es autor de numerosos libros sobre estilos patrimoniales tradicionales)

América Latina 1960- 2013 en París

Arte. Un paseo latino en París


Un grupo de jóvenes de unos veintitantos llega a la Fundación Cartier. "Este es mi territorio", bromea uno. Lo dice en francés pero con un reconocible acento latinoamericano, en referencia a América Latina 1960-2013 , la exposición que la fundación de arte contemporáneo situada sobre el bulevar Raspail exhibe hasta principios de abril. Rodeado por 500 fotografías de 72 artistas de 11 países latinoamericanos, es normal que este latino se sienta como en casa.
Después del australiano Ron Mueck, cuyas esculturas hiperrealistas atrajeron a más de 300.000 visitantes convirtiendo a esa muestra en el mayor éxito de la fundación desde su creación en 1984, Cartier se sumerge en el subcontinente latinoamericano. A través de obras en las que interactúan textos e imágenes fotográficas, la exposición ofrece un panorama de aquellos hechos que marcaron la región desde 1960, luego de la revolución cubana, hasta el periodo actual: los movimientos revolucionarios, los regímenes militares represivos, la emergencia de guerrillas, las transiciones democráticas y la inestabilidad política y económica, vistos por los artistas.
Por momentos demasiado didáctica y concebida desde una mirada totalmente europea, la muestra tiene el mérito de presentar a artistas latinoamericanos a veces desconocidos para el público francés. Se destaca también el documental- road movie del artista paraguayo Fredi Casco y de la directora Renate Costa, que durante cinco meses y a pedido de la Fundación Cartier atravesaron América Latina y entrevistaron a algunos de los artistas expuestos. La película, de 140 minutos, se descubre recién al final de la muestra y puede verse en la web de la fundación (fondation.cartier.com). Entre los argentinos aparecen Marcelo Brodsky, Graciela Carnevale, Marcos López, Luis Pazos, Juan Carlos Romero, Graciela Sacco y Facundo de Zuviría. Sus testimonios enriquecen y ofrecen una nueva dimensión de sus obras.
"Somos casi la única institución parisiense en interesarse en esa parte del mundo: intentamos ir allí donde los otros no van. El público europeo no conoce mucho el arte de esa región, y se lo quisimos hacer descubrir. A las obras de países más presentes en la escena del arte contemporáneo, como la Argentina o México, se suman las de Perú, Paraguay, Colombia y Venezuela, por ejemplo", explica en diálogo con adn Leanne Sacramone, integrante del equipo de seis curadores. A ella le tocó viajar por la Argentina, Colombia y Cuba para seleccionar obras. Fueron dos años de preparación y se intentó, cuando era posible, presentar tiradas de época. La muestra está coproducida por el Museo Amparo de Puebla, en México, donde se presentará de mayo a septiembre.
La exposición ocupa los dos pisos de la fundación y se divide en cuatro temas. En "Territorio", las obras revelan el cuestionamiento de numerosos artistas sobre la noción de identidad latinoamericana, entremezclado con la delimitación de los diferentes países que componen la región y que dio origen a numerosos conflictos. El chileno Elías Adasme (1955) se para al lado de un mapa de Chile en el que la referencia geográfica es borrada y reescrita sobre su cuerpo, símbolo de que son los individuos y no un poder político los que construyen un territorio. La brasileña Regina Silveira (1939) presenta un rompecabezas que nunca es armado de la misma manera. Cada nuevo montaje, con piezas en negro o que reflejan las caras de Pelé, Carlos Gardel o el Che Guevara, dará lugar a una nueva lectura de la historia. Para la brasileña Leticia Parente, el compromiso pasa por involucrar el cuerpo mismo: se cose con un hilo la frase Made in Brasil en la planta del pie. Entre los argentinos, Carlos Ginzburg (1946) fotografía facetas del fenómeno turístico y Jorge Macchi (1963) documenta algunos barrios de Buenos Aires con imágenes y sonido.
Bajo la temática "Ciudades", la exposición analiza el crecimiento exponencial de las ciudades latinoamericanas, que albergan el 80% de la población y reflejan "una evolución caótica". El mexicano Pablo López Luz (1979) captura las formas precolombinas de la arquitectura moderna. La colombiana Rosario López (1970) se interesa en los reordenamientos urbanos de Bogotá, que tienen por objetivo desplazar a las poblaciones más desfavorecidas: se levantan conos de hormigón en los rincones de las calles para que no sean ocupados por los sin techo. En la serieTristes Trópicos , de Marcos López (1958), "el Andy Warhol del subdesarrollo" como él mismo se denomina, sus ya conocidas fotografías que explotan de colores muestran las ciudades argentinas marcadas por la mutación neoliberal posdictadura. Facundo de Zuviría (1954) inmortaliza el fin de la clase media a través de fotografías de los comercios con las persianas bajas luego de la crisis de 2001. Al mirar hacia fuera aparece la obra Bocanada , de Graciela Sacco (1956). Las bocas abiertas que piden algo y frente a las cuales no es posible ser indiferente se multiplican sobre el mural de la Escuela Especial de Arquitectura, frente a la fundación.
"Descubrí el compromiso y el humor negro de los artistas ante la dificultad, y siento que hay algunos cuestionamientos parecidos. Muchos se interesan por las contradicciones entre el espacio urbano y lo que pasa en la calle, o transmiten la nostalgia de un tiempo pasado que era mejor, como las litografías de época de De Zuviría o las fotografías del cubano Eduardo Rubén", agrega Sacramone.
Bajando las escaleras, "Informar-Denunciar" refleja la presencia de la violencia política en las obras. Juan Carlos Romero (1931) recupera sangrientas portadas de diarios de los años 60 y 70, y la serieNunca más de León Ferrari (1920-2013) les demuestra a los europeos que, aun con el retorno de la democracia, las heridas todavía están muy presentes. Las ocho fotografías de Luis Pazos,Transformaciones de masas en vivo , que fueron en un principio realizadas como un hecho estético, se convierten en otro testimonio de las atrocidades de la dictadura: muchos de los estudiantes de quinto año que participan en ese body work colectivo, jugando a posar haciendo formas, terminarán desapareciendo.
En "Memoria e identidad", las obras revelan los cuestionamientos de la sociedad latinoamericana en plena mutación a partir de los años 90. Marcelo Brodsky (1954) se interesa en la forma en que las desapariciones durante la dictadura (entre ellas, la de su hermano) impactaron sobre su generación y sobre la sociedad argentina. En Buena memoria , marca sobre una vieja foto escolar el destino de cada uno de sus compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires. Tres aparecen tachados, entre ellos su mejor amigo: dos son desaparecidos.
La peruana Milagros de la Torre (1965) se detiene en la vestimenta antibalas fabricada en Colombia, con apariencia de prêt-à-porter , para proteger a la gente de los ataques armados. Y Marcos López reaparece con su serie Pop Latino . Al salir, es necesario tomarse un café crème o caminar algunas cuadras para reconectarse con la dinámica parisiense.
Ficha. América Latina 1960-2013 en la Fundación Cartier, París, hasta el 6 de abril.