viernes, 7 de noviembre de 2014

El último Matisse





por Alicia de Arteaga
Glenn Lowry, director del MoMA, ha repetido una y otra vez que por 25 dólares no hay programa más barato en la Gran Manzana que visitar las muestras del museo de la calle 53, entre 5° y 6° Avenida. Una verdad nunca más cierta que en este soleado otoño neoyorquino, cuando la gente, entre gingkos amarillos y abedules blancos, hace cola para visitar la exhibición Henri Matisse, cut-outs, precedida de un formidable éxito en la Tate Modern.
Ha sido la muestra más visitada del mediático museo londinense desde que abrió sus puertas en la vieja usina reciclada por la dupla de arquitectos suizos Herzog & De Meuron, para convertirse en escolta del Támesis y meca del arte.
Es al menos curioso que la obra tardía del genio de Matisse, consecuencia de las limitaciones impuestas por su frágil salud y sus dificultades motrices, resultara a la larga una nueva matriz pictórica; una pincelada salida de las tijeras y de la acción, casi infantil, de cortar y pegar. Público de todas las edades recorre las salas de MoMA, seducido por el encanto de esas figuras móviles, esas tramas de impronta textil colgadas, exactamente, dos pisos más arriba de la sala donde las inquietantes instalaciones de Robert Gober descubren el lado menos plácido y más oscuro del arte contemporáneo.
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Tras la ampliación de Yoshio Taniguchi, la última del museo neoyorquino inaugurada en 2004 con un costo cercano a los 800 millones de dólares, los curadores han replanteado la "colgada" de la colección formada por obras maestras del arte moderno.
Como decía Manolo Borja-Villel, director del Reina Sofía de Madrid, el gran privilegio de Alfred Barr, primer director del MoMA, fue "crear" el canon del arte moderno a comienzos del siglo XX. En ese momento eligió las obras, las compró (cuando todavía se podía) y las colgó en la institución más legitimadora de Occidente. Hoy sería imposible. Quien lo dude puede preguntarle a la jequesa de Qatar que pagó 250 millones de dólares por un Cézanne.
En una misma sala conviven los Nenúfares, de Monet; la Gitana dormida y El sue??o, del Aduanero Rousseau, y La noche estrellada, de Van Gogh. Ese cielo lechoso y en remolino salido de la mente insomne de Van Gogh define el cuadro más fotografiado del museo. Hoy por hoy, sacar fotos no sólo está permitido sino que, además, el clic del móvil precede, casi siempre, la contemplación directa de la obra.
A fines de los años 30, Matisse se siente vencido. Su vida se ha convertido en la peor de las pesadillas. Lo ha abandonado su mujer, tras cuarenta años de matrimonio, y le han diagnosticado un cáncer de colon.
Una operación brutal lo deja casi inmóvil, postrado en una silla de ruedas en la luminosa habitación de su casa de Niza. No puede pintar ni esculpir. ¿Por qué no cortar y pegar? Del infortunio nace una oportunidad y, casi como en un juego, con papeles pintados por su asistente, un par de tijeras y alfileres de sastre comienza una nueva obra. Un ejercicio plástico bautizado cut-out. Son tiras de todos los formatos distribuidas en planos pequeños; formas pegadas con alfileres a las que el artista logra dotar de un increíble movimiento.
Matisse pasa horas sentado en su silla de ruedas dando órdenes acerca de cómo pegar una pierna, un brazo, una flor, o cómo crear el efecto de la cabeza que parece girar. En muchos casos, sobreviven a esta "operación" las marcas de los alfileres, inédito registro de las "pinceladas" del artista.
El resultado final siempre es glorioso, atractivo y vital.
Al igual que en la maravillosa Danza (1932), las figuras se mueven o están a punto de comenzar a andar. Este decoupage nació en pequeño formato y fue creciendo hasta alcanzar el tamaño de las ambiciones de Matisse. Los primeros atisbos surgieron en 1930 y alcanzaron una dimensión visual propia en 1937, cuando creó una escenografía para el Ballet Ruse de Montecarlo.
Formado con Bouguereau y discípulo de Gustave Moreau, en cuyo taller conoció a Rouault, Matisse trabajó codo con codo junto a Bonnard y Vuillard, aunque siempre un paso adelante. Tal vez más cerca de Cézanne en la composición, pero de los fauves (fieras) en el estallido de una paleta indómita. El color fue lo suyo.
Sus intuiciones pictóricas y formales encontrarán eco en los Stein -Gertrude, Leo y Michel-, excepcionales coleccionistas, decididos a apostar por sus cuadros ajenos a las convenciones del mainstream . Especialmente Gertrude, retratada por Picasso en un cuadro que es una obra maestra.
Picasso y Matisse se miraban con recelo. El malagueño desconfiaba de la soltura con la que Matisse resolvía las figuras, de esos trazos gruesos y gestuales recortados contra un fondo decorativo. "¿Qué ha querido hacer con ese retrato?", se preguntaba el español, entre los celos y la sorpresa. En 1905, Matisse es rechazado del Salón de Otoño por Mujer con sombrero y, dos años despúes, lo dejan fuera del Salón de los Independientes por Desnudo azul, piedra del escándalo.
Ambas obras fueron compradas por Leo Stein con el consejo de Bernard Berenson. Eran ricos... pero no tanto como para equivocarse.
Visitada por medio millón de personas en Londres, Henri Matisse Cut-out promete marcar otro récord en Nueva York. Allí mismo, en 1992, su retrospectiva fue un blockbuster. La lección del último Matisse deja abierta la puerta para resolver de la mejor manera la dicotomía entre artes decorativas y arte mayor; entre arte culto y arte popular. Desde girasoles a bailarinas, circos y desnudos, la muestra reúne 120 trabajos, creados entre 1936 y 1954. Una producción singular, definida, al mismo tiempo, por la "simplicidad y la sofisticación", según señaló con admiración Holland Cotter al saludar la llegada a Manhattan de los desnudos azules en las páginas del The New York Times.
Todos querrían llevar a sus "casas" esta muestra considerada un imán para las grandes audiencias, pero el privilegio ha sido de la Tate Modern primero y del MoMA ahora. El altísimo costo de los seguros y la procedencia de las obras impide que la gira continúe. Esto explica, al menos en parte, las largas colas y el fabuloso merchandising disponible en las tiendas de la calle 53.
El puntode partida de la selección fue la instalación, un site-specific, que Matisse creó para su casa de Niza, La piscina ( 1952), y forma parte de las colecciones del museo neoyorquino desde 1975.
Despúes de años de exhibición, la obra necesitaba un restauro y con ella llegó el disparador de la muestra curada por Karl Buchberg, conservador senior de MoMA, Jodi Hauptman y Samantha Friedman, que dirigen los departamentos de dibujo y grabado.
La fiesta matissiana terminará el 8 de febrero de 2015. Hasta entonces, pájaros, bailarinas, circos, figuras, flores y la mayor cantidad de desnudos azules que se haya exhibido jamás conviven en las luminosas salas del último piso del MoMA. El repertorio de esta mente brillante se recrea en un video casi íntimo; son escenas domésticas en la vida de un hombre que a los setenta años supo, y pudo, empezar de nuevo.

ADN MATISSE

1869-1954
Figura excluyente del movimiento Fauve, fue alumno de Bouguereau y amigo de Bonnard. En 1904 se trasladó al sur de Francia y su paleta estalló en una explosión de color. Los norteamericanos Stein y los rusos Shchukin y Morosov serían entusiastas coleccionistas de sus primeros retratos. Sus obras integran las colecciones del MoMA, el Hermitage de San Petersburgo y la Colección Barnes de Filadelfia. Abajo, en su cuarto de Niza.

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