miércoles, 21 de mayo de 2014

La profesionalización del arte

Cada vez son más las universidades que contemplan programas de artes en su currícula, mientras las que ya existen están buscando brindar títulos oficiales. Hablan los fundadores de las carreras y de las instituciones.


Dentro de los paradigmas que están cambiando en el país, hay uno que parece llevarse las palmas: Maestrías, posgrados, tecnicaturas y espacios de experimentación funcionan como un germen para que hoy se puede estudiar arte en la Argentina y profundizar las investigaciones en esta materia.
Una de las iniciativas que marcan esta tendencia es la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Tres de Febrero, que dirige la escritora María Negroni. Negroni vivió en Estados Unidos veinte años. Allí daba clases de escritura creativa en la Universidad de Nueva York y muchos de sus alumnos eran argentinos. “¡Era un absurdo! –dice hoy Negroni–. ¿Cuántos argentinos pueden bancarse un proyecto de dos años? Con los escritores buenísimos que hay en Argentina, pensé por qué no armar algo así en el país. Se lo propuse al rector de la Tres de Febrero y me dijo adelante.”
La maestría está atravesando su primer año y en agosto comienza la segunda camada, en la que de 120 inscriptos quedaron elegidos treinta. Como es un curso de posgrado, los requisitos implican tener título universitario. Además, hay que presentar cartas de recomendación y una muestra de escritura. “Al principio, cuando les comentaba la idea a mis amigos me decían que era un invento norteamericano, pero el primer programa de escritura creativa es de la Universidad de Leipzig en Alemania, que es anterior a la famosísima de la Universidad de Iowa, donde se han formado escritores norteamericanos muy importantes. Hoy no hay universidad norteamericana prestigiosa que no tenga su programa. En América latina, Chile tiene una licenciatura en escritura creativa, también Colombia y México”, dice Negroni. En cuanto al panorama local, Negroni da un marco de situación: “En la Argentina hay una modalidad de taller literario en el que uno elige y busca a alguien que admira y va a trabajar con esa persona. Está muy bien, ya que la existencia de los talleres prueba la necesidad de que hay un montón de personas que están escribiendo. De hecho, los treinta lugares que tenemos vacantes no cubren la necesidad y menos para los chicos del interior del país, ya que todo está concentrado en Buenos Aires. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA te forman como crítico literario y ahí es otro el proceso. Este tipo de maestrías te permite trabajar con distintos escritores, y podés adentrarte en la práctica de los diferentes géneros pese a que hoy es bastante lábil esa frontera. Además, se forman ciertas redes que, profesionalmente, el día de mañana pueden servir, ya que los profesores publican y tienen acceso a los suplementos literarios y contacto con los editores”. Pero la pregunta, clave, se mantiene: ¿se enseña a ser escritor? Dice Negroni: “Uno no se transforma en escritor en dos años, eso lleva décadas, hasta cuando sos un escritor consagrado siempre estás empezando de cero, pero podés tener una aproximación desde el punto de vista desde la cocina de la escritura. Como dice Rilke en Carta al joven poeta, uno tiene que aprender viviendo, escribiendo y leyendo. La escritura y la lectura son la cara de una misma moneda. Leer y vivir es lo más importante, pero hay cosas de la experiencia que se pueden transmitir y pueden ayudar a impulsarte y sortear alguna etapa. Desde el primer día repito a los alumnos que se olviden de que se van a recibir de escritores, eso no existe, pero sí que pueden salir con algunos instrumentos para recorrer ese camino. Es igual que vivir. ¿Se puede enseñar a vivir? No, pero hay personas mayores que han tenido ciertas experiencia y uno puede aprender de eso”.
Algo parecido dice el cineasta Manuel Antín, director y fundador de la Universidad del Cine en 1991, a sus alumnos en la charla de bienvenida: “Los grandes cineastas nunca estudiaron cine. Y nosotros tenemos bastante experiencia en esta actividad, sobre todo en el interés de despertar vocaciones y enseñar la mecánica, ya que el talento no se enseña. El esqueleto, la carne y la sangre la tienen que poner los alumnos. Y encontrarán en nosotros el apoyo para realizar sus sueños”.
En cuanto a la necesidad de convertirse en una universidad, dice Antín: “Nosotros no sólo enseñamos cine, sino cultura. En nuestro programa hay materias como Semiótica, Historia del Cine o Filosofía, ya que la Universidad del Cine es una facultad de Literatura y Arte con experiencia audiovisual. Los alumnos no salen como técnicos, sino con una formación cultural importante”.
Para el pintor holandés residente en Argentina Rob Verf –que enseña en un curso llamado Arte visual como forma de expresión, en la Universidad Nacional de San Martín–, todos pueden aprender a pintar: “Es un problema técnico, pero lleva determinación y esfuerzo en la práctica y la motivación del estudiante. Lo más difícil de enseñar es sobrepasar el miedo a la creación. Mucha gente tiene miedo de expresarse y busca la satisfacción de un trabajo en el afuera, buscando la opinión de los otros”.
A partir de la Residencia Internacional Artistas en Argentina (RIAA) que se realizó en Buenos Aires en 2006, Judi Werthein, Graciela Hasper y Roberto Jacoby se pusieron a investigar una serie de modelos educativos y posibles ámbitos de formación artística. Tres años después, surgió el Centro de Investigaciones Artísticas (CIA), que se financia con el apoyo de diversas instituciones y donantes internacionales así como algunos locales. El CIA está pensado como un cruce entre artistas y pensadores, especialmente de América latina en la que se dan cursos, talleres, seminarios y conferencias a cargo de distintos especialistas. Cada año se otorgan becas de formación a artistas seleccionados por un jurado local e internacional a los que llaman “agentes”. “Fuimos uno de los que largamos una punta de un fenómeno que se está multiplicando en todas partes en un momento en el que no hay galería que no tenga su seminario de curaduría”, dice el artista Roberto Jacoby, al frente del proyecto. “Habíamos notado que en Buenos Aires hacía falta un nivel de conocimiento mayor del que existía y un espacio de reflexión dentro de un movimiento artístico extraordinario en el que el número de gente que estudia y hace cine, teatro, danza, literatura es enorme y hasta desproporcionado en relación al país que tenemos y hay un interés muy grande de conectar la cultura con el pensamiento crítico”. Si bien la comunidad puede tomar los cursos que brindan, para convertirse en agente hay que tener obra hecha, una acción concreta. “No ofrecemos talleres para aprender técnica, sino que se enseña a mirar el mundo; perseguimos el intercambio de formación, de conocimiento y pensamiento avanzado, el debate, la discusión entre distintas disciplinas, atravesando las fronteras entre las disciplinas y los géneros”.
En esta misma línea se inscribe el Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella, en el que los programas muchas veces funcionan como semilleros de artistas, como sucedió con la Beca Kuitca orientada a jóvenes que trabajaban en todas las disciplinas de las artes visuales en una etapa avanzada. “El Di Tella no tiene posgrados sino programas con profesores-artistas muy activos que no necesitan responder a un plan de estudios. Acá no se aprende un oficio. Es un espacio de experimentación y una puesta en cuestión de la obra para no legitimarla, para ponerla en duda y abrir nuevos paradigmas”, dice Sol Ganim, asistente en el Departamento de Arte que dirige Inés Katzenstein.
Este año, en el marco del Departamento de Arte, el cineasta Andrés Di Tella está dando el taller semestral Proyecto Documental: “Para nosotros era muy importante que los participantes no sólo fueran gente de cine, sino fotógrafos o artistas visuales. Esa mezcla es lo más rico. No hay una exigencia formal de título, ni siquiera haber terminado la primaria, pero hay que tener algo hecho. Europa es más formal, acá no hay exigencia académica porque en general los artista no son universitarios”, cuenta Di Tella, quien desde 2011 a 2013 dio junto a Martín Rejtman el Laboratorio de Cine. “La idea era ejercitar los cortos a un ritmo frenético. Se dividían en cinco grupos y cada uno tenía que hacer un corto por semana durante seis meses. Obviamente que no siempre lo llegaban a cumplir del todo”. Varios de los cortos que se originaron en el Laboratorio luego participaron en distintos festivales de cine.
En este momento se encuentra en evaluación en el Senado de la Nación un proyecto de ley que pretende transformar el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) en Universidad Nacional de las Artes (UNA). “El instituto universitario es una modalidad de nivel universitario, pero la ley dice que las universidades se encargan de una disciplina y es una manera muy antigua de pensar el arte. Esta nueva denominación significa una revisión de lo que significan las artes en los niveles de producción de conocimiento universitario, y para nosotros es discriminatorio porque nos dejan afuera de la mitad de las convocatorias y llamándonos universidad mejoran nuestras condiciones. Además, tiene una dimensión política ya que las artes siempre fueron las niñas maltratadas del sistema universitario y de este modo se amplía el límite de lo que son las formas de conocimientos”, dice Sandra Torlucci, la rectora de la institución que comprende cuatro departamentos que incluye a las disciplinas audiovisuales, dramáticas, musical, del movimiento y cuatro áreas transdepartamentales de folklore, formación docente, multimedial y crítica de artes.
En pos de actualizar su programa, el IUNA presentó un Doctorado en Artes, que es el único interdisciplinario del país y tiene una parte teórica y práctica muy importante. “En la mayor parte de las universidades el arte es un objeto de estudio, acá es considerado una productora de conocimiento por sí mismo”, dice Torlucci.
La escuela de Teatro Musical que existe hace quince años de la Fundación Julio Bocca también está haciendo los trámites para convertirse en una tecnicatura superior. “Nunca le prestamos atención a la oficialización del título porque la oferta laboral se da a partir de audiciones y nadie pide ningún título, sino que te subas al escenario y muestres lo que sabés hacer, pero ahora se va imponiendo el avance de la profesionalización de las escuelas de arte en las que se busca una formación más integral y a la vez habilita a la gente que quiere hacer docencia, producción, alternativas al escenario”, dice Martín Pacheco, su director académico.
¿Pero por qué estudiar arte? Una respuesta pertinente la da Verf: “El arte es parte necesaria de la sociedad. Una obra refleja imágenes de la sociedad y da una indicación crítica de dónde venimos y dónde estamos parados. La educación del arte es estimulante para el pensamiento creativo y la resolución de problemas. La visión creativa es importante en todos los niveles de la sociedad”. Para Pacheco, el cambio está sucediendo: “La gente empieza a darle a lo artístico una valoración que no tenía. Era típico de nuestros alumnos la oposición de las familias que no solían apoyar estos proyectos, hoy en día cada vez hay más apoyo de y se entiende que es una profesión que cada uno quiere elegir porque hay cierta búsqueda de lo artístico en esta sociedad enloquecida en la que vivimos y la gente ve en lo artístico un signo de salida y de vocación”.

martes, 13 de mayo de 2014

BEUYS- Homenaje en Dusseldorf

En el 20º aniversario de su muerte, el Kunst Palast de Düsseldorf analiza al artista más influyente de la posguerra alemana y su mirada sobre la capacidad curativa del arte.
La medicina homeopática no hace daño. Impulsa la autocuración del cuerpo que cualquiera puede influenciar si es que así lo desea. "Es algo que tiene mucho en común con el concepto del arte que tenía Beuys", sostiene el médico, coleccionista y amigo intelectual de Joseph Beuys, Axel Heinrich Murken, con motivo de la muestra que Bonn dedica al artista alemán que murió con 65 años el 23 de enero de 1986. 
Beuys estaba convencido del efecto terapéutico individual y social del arte. Este efecto afecta a todas las áreas de la enseñanza y de la vida y es capaz de germinar en cada una de ellas. El artista intentaba generar impulsos para dar cuerpo a su concepto universal de la "plástica social" mediante acciones e instalaciones. Por otro lado, la ciudad de Beuys, la renana Düsseldorf, un activo centro de producción artística en Alemania, sobre todo entre los años sesenta y ochenta, donde éste vivió y trabajó en su taller y como profesor, explora un aspecto clave de su trabajo plástico y teórico. "Nuestra exposición acentúa el amplio concepto del arte de Beuys y pretende dar impulsos", dice Stefan von Wiese, comisario de Joseph Beuys en acción. Las fuerzas curativas del arte,una muestra que reúne 70 objetos y 100 fotografías. La exposición está dividida en dos partes: 'Beuys y la medicina' y 'Beuys en acción'. Las fotografías de Gianfranco Gorgoni, el cronista de Beuys Bernd Jansen, Ute Klophaus, Caroline Tisdall, Hildegard Weber y Lothar Wolleh complementan la primera parte de la exposición. En ella se pueden ver dibujos, cartas y libros fundamentales en las intervenciones de Beuys. El libro se publicó, tras la estrecha colaboración entre el médico Murken y el artista Beuys, en 1979 con motivo de su gran exposición en Nueva York. Por fuera tiene la forma de un maletín de médico, cubierto de fieltro marrón, y en el centro resalta una cruz roja sobre fondo blanco. Según Von Wiese, "el exterior del libro ya es una obra de arte típica de Beuys". En 1979 se vendieron pocos ejemplares de Beuys y la medicina,cuenta Murken. Hoy es fundamental para comprender a Beuys, igual que el catálogo oficial de aquella muestra. Según Von Wiese, "Beuys era realista, pero quería recuperar formas de expresión humanas, como la cura milagrosa, que se perdieron con el desarrollo de la civilización". Destaca la muestra del Kunst Palast 20 años después de la muerte del curandero Beuys entre los homenajes que se le hacen en Múnich, Berlín y otros lugares de Alemania.
La muestra no se limita a presentar la obra y a interpretarla a partir de su biografía, aunque hay aspectos de la vida de Beuys fundamentales para entender sus procesos artísticos. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, el artista sobrevivió al derribo de su avión que cayó sobre Crimea. Unos campesinos ensebaron sus heridas y las cubrieron con fieltro para conservar el calor. El repertorio de materiales utilizado por Beuys está cargado de un contenido simbólico que estimula la conciencia. El fieltro es símbolo de calor, la grasa caliente es una metáfora de la energía primaria, la fría de su ausencia. La naturaleza y el arte son para él una sola cosa.
Murken cree en la influencia indirecta de este acontecimiento, pero advierte de que Beuys ya declaró que quería ser médico al terminar el colegio. El comisario de la muestra de Düsseldorf Von Wiese considera que esta historia se ha convertido en un mito. Beuys la utilizaba como tal, pero "siempre tuvo un gran interés en la química, biología y medicina" y, pese a su propia enfermedad, le gustaba ayudar a las personas que se encontraban mal.
Beuys proclamaba que "cada persona es un artista", y el hecho de que él mismo experimentara aquella curación durante la guerra, con la ayuda de personas que no eran médicos, le confirmaba su teoría de que cualquiera puede ser médico y todo eso junto liberaría al ser humano de sus heridas individuales y colectivas. Beuys no proponía otro mundo, según Von Wiese. Se limitaba a cuidar hasta el más mínimo detalle de sus obras y se dirigía directamente a la sociedad para activar su pensamiento.

JOSEPH BEUYS (1921- 1986)


Uno de los sucesos que marcó la trayectoria y visión de libertad del artista alemán Joseph Beuys ocurrió durante el invierno de 1943 mientras piloteaba un bombardero y ocurrió el accidente que marcaría su camino como artista: su avión se estrelló en Crimea, lugar donde los tártaros le salvaron la vida al envolverle el cuerpo con grasa y fieltro, materiales que aparecerán una y otra vez en su obra como es el caso de “Coyote, I like America and America likes me” (una de sus acciones más conocidas). La actuación del artista dura cuatro días, pero sólo son tres los que pasa en compañía de un coyote dentro de una galería de Nueva York a la cual decide trasladarse envuelto en fieltro sin mirar al exterior como una expresión de su repudio a la política belicista de la Casa Blanca. 


Convivir con el coyote le ofrece al artista el poder de atravesar, mediante una acción simbólica, el “vacío” de una cultura. La confrontación entre Beuys y el coyote simbolizan la reconciliación entre cultura y naturaleza. Los aullidos del coyote representan un encuentro de culturas: el trauma del conflicto americano con el indio. 


Durante días, Beuys, el chamán activista, ronda sobre la culpabilidad injustificada del indio surgida de la matanza de éste. El indio debía ser exterminado no para arrebatarle sus tierras, sino por tener una experiencia más amplia de la libertad. El indio vivía tan libre como el coyote o el búfalo, por lo que oprimir al nativo significó “despedazar” a la bandera de libertad que la sociedad norteamericana decía representar. 
  
La libertad es para Beuys uno de los motores esenciales en el ser humano; creía que la persona debía perseguir su propia visión e inspiración y sabía también, que la experiencia estética se debía liberar para interactuar y circular directamente con la realidad que da impulso a la reflexión. 

En sus acciones, Beuys logró conjugar rituales, prácticas religiosas, curativas, sociales, científicas y políticas en su intento de ayudar a crear una sociedad más humana. Para él, cada hombre es un artista con facultades creativas que deben ser perfeccionadas y reconocidas.


La ideología de Joseph Beuys invita a liberarnos con responsabilidad comenzando por conocer nuestro interior y nuestra naturaleza, haciendo una reconciliación con nuestros orígenes. Los seres humanos debemos armonizar: ser, cuerpo, espíritu y alma para cultivar un ambiente que fomente la creatividad y la innovación, pues esto se convierte en un estímulo vital para el crecimiento. Somos acreedores de una gran fuerza creativa, voluntad expresiva y sensibilidad artística. Es momento de reconocernos, reconciliarnos, liberarnos y sobre todo, de ejercitar nuestra imaginación para dar vuelo a nuestro ser creativo.

                  Lo importante del arte es liberar a las personas, por lo tanto el arte es para mí la ciencia de la libertad.
Joseph Beuys