jueves, 24 de octubre de 2013

LUCIAN FREUD, no solo el nieto del creador del psicoanálisis

Lucian Freud: extraordianariamente grande

El 20 de julio moría en Candem, Londres, el pintor Lucian Freud. Un genio de la pintura convertido ya en mito, en icono del arte contemporáneo.



Soy un gran egoísta.
 No lo niego. Los seres humanos siempre me interesan menos que pintar. Los compromisos me horrorizan”. Lucien Freud.

Siempre hay el “más grande pintor vivo”. A veces seis o siete. Lucien Freud desde hace treinta años, ha sido grande, brutal, inconfundible. Pintó decenas de retratos en los que el modelo se sometía a una reinvención para que Freud lo desnudara, lo envileciera, dejándolo con sus carnes sueltas bajo la luz cenital, cruel, del estudio de Camden.
No importa era y sigue siendo muy grande. La carnalidad de sus retratos fue una auténtica invención.

Lucien nació en Berlín; hijo de un arquitecto judío y nieto de Sigmund Freud. A los diez años llegó a Londres con su familia, escapando del nazismo. Estudió arte en la East Anglican School of Drawing donde llegó a ser la estrella para no dejar nunca ese papel.
Por alguna razón ha conseguido hacer creer a los medios que era un heterosexual fervoroso, con varias mujeres en su historia –cierto– y varias decenas de hijos atribuidos. Misógino en todo caso, Freud no asistió al funeral de su madre, sin que existiera una razón poderosa para ello. El misterio le acompañó hasta el final, cuando hace unos días murió en Candem (Londres) a los 88.

Formó parte del círculo de Francis Bacon. Los mutuos retratos dan testimonio de su proximidad. Freud no admitió nunca influencias de Bacon o de cualquier otro artista. “Mi trabajo es puramente autobiográfico; soy yo y mis cosas”.

Durante décadas, en América Freud era un europeo oldfashioned, al margen del expresionismo abstracto y todas las demás vanguardias. A pesar de su precocidad fue un pintor que despertaba solo una curiosidad: ¿tiene algo que ver con Sigmund Freud? Todo eso le recluyó en una torre solitaria pero le envalentonó y radicalizó.

A Freud le hizo crecer Francis Bacon. 
Los libros hablarán de amistad; en realidad fueron dos energías que se repelían. Bebían juntos cerveza en Notting Hill mientras imaginaban cómo defender sus autenticidades, utilizando los pinceles como armas contra el arte del otro.
Bacon evolucionó positivamente, pero Freud tuvo que revolverse con desesperación para depurar las influencias de Otto Dix, George Grosz, Schiele y, naturalmente, su referencia de cada día: Francis Bacon. En 1954, Bacon y Freud compartieron pabellón en la Bienal de Venecia como dos solitarios figurativos entre abstracciones de todo tipo.

Trabajaba la pintura con bastante esmero relamido y acumulaba detalles surrealistas. Es decir, poco. Su estilo evolucionó desde esa fase inicial de acabado elegante y definido con elementos surreales a la fase definitiva: visceral, gestual, exuberante.

La pasión le llevó a utilizar cada vez más pintura, menos fluida, movida por pinceles rígidos que arrastraban pigmentos carnales. Y empezó a gustarle que la gente encontrara feos y marginales a sus modelos, de carnes grasientas. Eso le resultaba adictivo. En realidad sus modelos venían de todas las procedencias: la calle, la aristocracia, la belleza, como en el caso de Kate Moss. Por comodidad adoptaba una perspectiva en picado. Hablaba muy poco con los modelos.
Tanto Freud como Bacon se alimentaban de los comentarios sorprendidos de las buenas gentes que encontraban a ambos “demasiado carnales”. “Pinto lo que veo, no lo que queréis que vea”, recordó displicentemente cuando su retrato de la Reina Isabel II fue criticado por evocar a un profesional del rugby.

El estudio de Camden tenía una escasa luz cenital que envolvía a sus modelos como el foco de un interrogatorio policial. Sus perros siempre andaban alrededor, manchándose con la pintura excesiva que caía al suelo.

Cuando el 20 de julio Freud murió en un día casi frío, húmedo, fue algo, en efecto, humillante. Tener que dejar huérfanos a sus perros entre los detritos del estudio donde ya no volverían los modelos entregados al desguace. Y ya  no irritar a nadie con nuevos retratos. ❖ Filosofía Hoy

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